El racismo no existe

El racismo no existe

Leyeron bien. El racismo no existe. Es una más de las tantas ficciones que ha inventado el ser humano. Sin embargo, a pesar de su no existencia, el racismo es una de las ideas más perniciosas y perjudiciales que han subyugado a la raza humana desde su principio.

Los sucesos recientes en Estados Unidos han iniciado una ola de concientización, aunque también de críticas y oposición. En el caso especial de México, están los que se quejan del racismo y los que se quejan de la hipocresía de los que se quejan, por considerar que nosotros también somos racistas y mucho.

Sin embargo, antes de poder tocar estos temas, es necesario entender el fenómeno desde su principio, comenzando por el hecho que inicio las protestas actuales.

#ICantBreathe

El pasado 25 de mayo es un día que será recordado en los años por venir por los hechos sucedidos en el vecindario de Powderhorn, en la ciudad de Mineápolis, Minnesota, en Estados Unidos. Ese día #GeorgeFloyd fue arrestado por intentar hacer una compra con un supuesto billete falso de 20 dólares en una tienda de comestibles.

Mientras estaba detenido, Floyd fue puesto en el suelo y el oficial de policía Derek Chauvin le inmovilizó poniendo su rodilla sobre el cuello de Floyd. Esta maniobra duró aproximadamente 9 minutos, durante los cuales Floyd repitió varias veces la frase “I can’t breathe” (en español, “no puedo respirar”).

El hecho fue grabado por varios testigos que en numerosas ocasiones pidieron a los oficiales que dejaran de asfixiarlo. También fue transmitido en vivo y visto por alrededor de 15,000 personas.

Durante el video, se pueden escuchar los intercambios entre Floyd, Chauvin y los testigos que pedían que lo dejarán respirar y que protestaban que iban a matarle. Floyd se quejó en varias ocasiones: “la rodilla en mi cabeza, no puedo respirar”, “me duele el estómago, me duele el cuello, me duele todo”.

Finalmente rogaba “no me mates”. Pero todo fue en vano. El policía no se quitó de encima de Floyd si no hasta que llegaron los paramédicos, momento en el cual suben su cuerpo inerte a la camilla y en donde un espectador se pregunta si “¿lo han matado?”.

El asesinato de Floyd fue la chispa que detonó una serie de protestas, inicialmente pacíficas, pero que después evolucionaron hacia manifestaciones más violentas, donde hubo numerosos actos vandálicos, llegando incluso al incendio de precintos policiacos y tiendas, así como múltiples detenidos.

Las protestas contra la brutalidad policiaca y la muerte de Floyd se expandieron por más de 30 ciudades en Estados Unidos y Canadá, incluidas Nueva York, Toronto, Los Ángeles, Denver, Columbus, Des Moines, Houston Louisville, Memphis, Oakland, San José, Seattle y Washington, en donde la Casa Blanca y el monumento a Lincoln fueron sitio de protestas históricas.

Este hecho puso en el foco de la atención mundial -y precisamente en uno de los tiempos más críticos de la historia contemporánea en donde el mundo lucha contra una pandemia sin precedentes- uno de los más antiguos problemas que ha enfrentado la humanidad: el racismo.

En el caso de México, hay una multitud de voces que se unieron a las protestas por la muerte de Floyd. Sin embargo hubo otras voces que llamaron a atender los problemas nacionales, de los cuales consideran que “el racismo” es uno de los más graves y de los que menos atención reciben, pues muchos mexicanos “no se consideran racistas”. Luego entonces ¿somos los mexicanos racistas? Antes de atender esa pregunta, hay que analizar el fenómeno del racismo.

Racismo: error conceptual

Seré claro: el racismo es un concepto incorrecto. La Real Academia Española lo define de la siguiente forma:

La misma definición hace referencia clara a la “etnicidad” y no así a la “raza”. Esto es porque las “razas” no existen. Es así de sencillo. La raza es una: humana.

Sin embargo el concepto de “raza” es uno que ha sido infinitamente manoseado y, al paso del tiempo, se ha asentado en la mente colectiva la idea de que los diferentes colores corresponden a diferentes “razas”. 

El pensar que existen diferentes “categorías” de humanos ha sido la fuente de innumerables problemáticas sociales, desde estudios “científicos” -más bien pseudocientíficos- altamente sesgados, hasta genocidios étnicos basados en ideas de supuesta superioridad.

Lo cierto es que este es un debate inacabado que pertenece -aunque desgraciadamente no de forma exclusiva- al ámbito de la antropología, la cual ha evolucionado de la clasificación por aspectos físicos visibles, también conocida como antropología clásica, a un estudio del ser humano desde un enfoque evolutivo, comparativo, biocultural y genético: está es la antropología biológica.

Desde el punto de vista antropológico, sí que existen diferentes categorías en los seres humanos, los cuales han desarrollado características diferentes al paso del tiempo, debido a múltiples factores, desde los obvios, como los climatológicos, hasta otros muchos más sutiles y difíciles de entender, como los genéticos, que causan “adaptaciones” particulares y significativas.

Sin embargo no podemos apoyarnos en estas diferencias para crear un discurso de “superioridad” en donde una “categoría” de humanos es superior a otras. El no trabajar directamente sobre esta idea causará que los motivos de discriminación únicamente evolucionen. Pudiera ser que un futuro cercano, se burlen de los humanos del pasado que se discriminaban por la cantidad de melanina de la piel, pero que en ese momento discriminen a los “humanos orgánicos” de los “humanos mejorados”.

Por esto es imperativo entender que el racismo es un disfraz solamente y que el verdadero enemigo se llama #DISCRIMINACIÓN.

¿Qué es la discriminación?

En México tenemos un museo increíble, al cual todos debiéramos asistir aunque sea virtualmente, el Museo Memoria y Tolerancia. En este museo encontraremos en la sección de Tolerancia una exposición completamente dedicada al tema de la discriminación

De acuerdo con el Museo discriminar “consiste en dar un trato desfavorable e injusto a otra persona o grupo, generalmente por su origen, identidad o forma de vida”. El origen de la discriminación es la “ignorancia, el miedo y la intolerancia”. Su peligro está en que la discriminación “arrasa con derechos fundamentales, niega oportunidades y deriva en situaciones de injusticia”.

La definición del Museo continúa y nos explica que la discriminación sucede “cuando dejamos que nuestros prejuicios acerca de los demás se materialicen en una actitud de rechazo”. Y luego viene lo bueno:

“Todos tenemos prejuicios, pero no todos discriminamos: la diferencia radica en que, mientras los prejuicios son opiniones o creencias, la discriminación consiste en una acción de rechazo con consecuencias directas y perjudiciales”.

Los motivos más habituales de discriminación son el origen étnico o nacional, la lengua, el género, la religión, la orientación sexual, la edad, el aspecto físico, el nivel socioeconómico y las opiniones políticas. 

Como pueden ver, el tema “étnico” es una de las muchas caras de la discriminación, por lo que es imperante entender que luchamos contra un enemigo difícil de identificar, que puede adoptar cualquier forma y que está presente en todos los seres humanos. Y en el caso de los mexicanos, la discriminación tiene un atuendo específico: la pigmentocracia.

El tirano de la #pigmentocracia (#colorismo)

La pigmentocracia es un término no tan nuevo, pero que en México ha cobrado relevancia en los últimos años, llevando al discurso público un hecho que estaba subyacente: el color de la piel es determinante en la vida de los mexicanos.

En lo personal este tema siempre me causó una particular inquietud. Me preguntaba por que la gente decía frases como “está bien bonito tu niño, es blanquito”, o por qué algunas personas estaban obsesionadas con teñirse el pelo rubio.

Poco a poco fui comprendiendo como, en la psique popular características como “blanco”, “rubio” o de “ojo verde” son equivalentes a mayor nivel social, a “mejor” nivel social. El “prieto”, el “indio”, es el que va más abajo.

Incluso se ha popularizado el termino “#Whitexican”, el cual alude a un sector social que goza de privilegios específicos, basados en su apariencia y en el marco social en el cual se desenvuelve gracias a esta.

Entender este fenómeno nos obligaría a remontarnos a los tiempos de la colonia, el virreinato y la historia contemporánea de México. Teniendo esta perspectiva completa entenderíamos que, en el fondo, el mexicano tiene una relación de amor/odio con el español y el indígena. Quiere ser español, pero a su vez lo odia por conquistador. Admira al indígena por su grandeza pasada, pero a la vez le detesta por haber sido conquistado. Una dicotomía perversa que todos cargamos de una forma u otra.

Esta dicotomía se evidencia en la dificultad social que tenemos para concebir indígenas en puestos de autoridad, fama o de gran proyección social. No nos parece posible que haya indígenas empresarios, modelos o gobernantes. Esa es la muestra patente del flagelo de la discriminación que está presente en todas nuestras mentes.

Para muestra, la declaración de aquella Diputada, presidente de la Comisión de Derechos Humanos y Atención a Grupos Vulnerables, de una legislatura local, que regurgito esta joya:

No me las imagino en una fábrica, no me las imagino haciendo el aseo de un edificio, no me las imagino detrás de un escritorio, yo me las imagino en el campo, yo las creo en sus casas haciendo artesanías, yo las pienso y las visualizo haciendo el trabajo de sus comunidades indígenas.

Pero la realidad social es mucho más compleja, pues el mexicano es una amalgama de múltiples etnias, culturas y naciones. Tenemos orígenes indígenas (sumamente diversos), europeos (no solo españoles) y hasta influencias árabes y orientales.

Entender el sincretismo del mexicano no es tarea sencilla y sí que debiera ser la causa que enarbolara algún Gobierno que tuviera vocación verdaderamente progresista, el buscar que entendiéramos nuestro pasado para poder reconciliarnos con el.

Sin embargo, eso es materia de otro análisis, porque en este debemos de combatir al enemigo llamado discriminación. Y antes de pasar a ello, les hago una pregunta: ¿quién no ha dicho alguna vez “pinche naco”, “indio”, “prieto”, “gato”? ¿Quién no se ha burlado de alguien diciendo que tiene “cara de artesanía”? ¿Quién no ha hablado de la “chacha”, la “gata” o la “criada”? Los invito a que, cuando puedan, pasen por los resultados de la encuesta de discriminación hecha por el Museo Memoria y Tolerancia para que vean el tamaño de monstruo.

¿Cómo luchar contra la discriminación?

Si Usted, estimado lector, ha llegado hasta aquí, ya dio el primer paso ¡felicidades! Entender en qué consiste la discriminación es el primer paso para poder combatirla.

Ahora bien, no nos engañemos: prejuicios siempre habrá. Es “humano” tenerlos. Los prejuicios pudieron haber sido, en el origen de la especie humana, una forma de mantenerse vivos, de crear un sentido de pertenencia con la propia manada y de buscar protegerla de las otras.

El prejuicio evolucionó de ser un mecanismo de defensa, a un mecanismo personal que falsamente nos advierte que cuando encontramos a alguien “diferente” a nosotros, automáticamente se constituye como una amenaza a nuestra propia individualidad, a nuestro ser. Ese es el origen del prejuicio.

El antídoto está en la #Tolerancia, la cual debe ser entendida como el “respeto, la aceptación y el aprecio de la rica diversidad que nos rodea: las diferentes culturas de nuestro mundo, nuestras formas de expresión y medios de ser humanos; la tolerancia es la relación armónica de nuestras diferencias”.

La tolerancia debe comenzar por un ejercicio de auto reflexión. Ese es el segundo paso: comprender nuestros propios prejuicios. Entender que la gran mayoría de ellos fueron heredados o asimilados sin siquiera haberlos filtrado de forma alguna. Estos prejuicios son los primeros que debemos desarraigar de nuestra mente o, cuando no sea posible, aprender a convivir con ellos, evitando tomar acciones basados en estos.

El tercer y último paso es el de no alentar, consentir o permitir actos de discriminación. En este punto es esencial comprender que la violencia genera violencia, por lo que la postura contra la discriminación debe de ser de rechazo y no de ataque, de lo contrario estaríamos sustituyendo mal con mal.

La última recomendación 

Esta viene en tres partes: dos recordatorios y un apercibimiento.

“Ser tolerante implica respetar al otro, comprender que no poseemos la verdad absoluta y no imponer nuestras opiniones a los demás”.

Museo Memoria y Tolerancia

“El pasado de los demás y, en cierto modo, la historia de la humanidad en la que nuca he participado, en la que nunca he estado presente, es mi pasado.”

Emmanuel Levinas

“El ejercicio de la tolerancia jamás se debe confundir con la aceptación de todo, pues la sociedad jamás debe permitir que se ataque la dignidad humana. La tolerancia en ningún caso puede utilizarse para el quebrantamiento de los valores universales.

Museo Memoria y Tolerancia

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